domingo, 27 de marzo de 2016

Dos Venezuelas

Voy con mi esposa a comprar cocada. Hay dos en La Guairita. Una cerca, otra lejos. Vamos a la cercana. Es tarde, y desde la acera de enfrente le pregunto al dueño si tiene cocada. El tipo me ve, pero se hace el loco y se sienta, ocultando el rostro tras el kiosko. Damos una vuelta y nos colocamos en su acera. Le vuelvo a preguntar, pero el tipo se sigue haciendo el loco sin asomar el rostro. 

Le vuelvo a preguntar más fuerte pensando que quizás no escucha, y sin moverse ni asomarse, me grita que si no me bajo del carro, no me va a contestar. Ante tal muestra de soberbia, nos dirigimos al otro kiosko. Llegamos y ya habían cerrado. El dueño me pregunta que deseo, y le digo que cocada. "Ya se la preparo". Volvió a abrir su kiosko, preparó las cocadas, y cuando voy a pagar, me entero que no hay punto de venta. No traigo efectivo. El señor me dice: "Tranquilo, me pagas cuando puedas".

No pude evitar pensar en dos Venezuelas, separadas apenas por unas cuadras. Una acomplejada, resabiada y mezquina, la otra buena, amable y pujante.
La primera es la actual, un accidente, un experimento perverso que nunca debió ocurrir.

Por suerte, en algunos rincones pervive la segunda, la que siempre conocí, donde me crié y crecí. La que amo.

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