martes, 1 de octubre de 2013

Uno y los bichos

Uno es biólogo. Y conservacionista. Uno siente una predilección especial por los animales, y pone cuidados especiales en cuidar el ambiente. La ecología como dicen algunos.
Uno siente un placer especial en el aire libre, y por lo tanto, al pasear por la terraza.

Durante el paseo, uno se tropieza con una telaraña que termina directamente en el rostro. Telaraña invisible, como debe ser. Entonces uno descubre la arañota, grandota, hermosa, y uno le pide disculpas por haber destrozado tan espectacular obra de arte. 

Uno mira luego hacia el cielo azul, hermoso. Uno detalla las nubes y esa bendición llamada Ávila. Y la mirada termina posada en los zamuros, que reposan en el techo de la terraza, y en la antena de televisión del edificio.

A uno no le gustan los zamuros. Son feos, muy feos. Uno perdona su apariencia, pero a uno le molesta que no temen a los humanos. Uno encuentra uno dentro de su casa. Entró por la ventana, y estaba dispuesto a zamparse una hermosa iguana de madera comprada en Tintorero. Uno sale entonces con la escoba, para asustarlo, pues uno no quiere dañarlo realmente. Pero entonces a uno le molesta su actitud altanera, su cara de enterrador egoísta, su mirada de motorizado retador. Y uno ve que no le tiene miedo a la escoba, ni a uno. Y uno descubre que el bastardo se va porque está aburrido, porque no tiene más nada que hacer. Y uno se cala su última mirada final antes de saltar al vacío, su cara de "volveré gordito... volveré". Pero entonces uno hace el ejercicio de recordar que su vuelo es majestuoso, perfecto, impecable. Quizás más fino que el de un águila. Uno puede verlos volar durante horas buscando térmicas, y uno sabe que lo hacen por puro placer, y uno ve a los jóvenes compitiendo por volar más alto, o descender más rápido. Y uno termina admirándolos y envidiándolos.

Uno ve a los bichos como criaturas de Dios. Porque tienen el mismo derecho que nosotros a habitar esta tierra. Y uno tiene además la ligera sospecha, una gris intuición de que quizás ellos tienen incluso más derecho que nosotros los hombres (no hace falta decir mujeres, Nicolás).

Pero entonces, uno vuelve a llevarse por delante la tela de araña. Por veinteava vez. Y uno se pregunta cuando la bendita araña aprenderá a colocar su tela en otro lado. Uno se cuestiona si su inteligencia no le permite deducir que en ese rincón, la nariz de uno seguirá cayendo en su trampa. Pero uno se calma, se queda quieto, lento, revisando si la araña está encima de uno. Uno acalla el pánico. Sus colores amarillo y negro delatan que puede ser peligrosa. Y uno sigue paseando por la terraza. Pero, sin darse cuenta, uno deja de pedirle perdón a la araña.

Y uno empieza a perderle el respeto a los zamuros que no respetan. Que han destrozado la mitad de la antena de televisión. Que nos miran desde arriba con desprecio. Y uno por prueba hace el amague de lanzarles algo. Pero ellos solo menean su cabeza un escuálido milímetro, y siguen burlándose.

Más de pronto, uno repentinamente descubre que al final todo es estructura esquema repetición imitación educación patrón. Uno descubre que es piel carne hueso y entrañas, con una cubierta de escuela formación moral espiritualidad.

Uno descubre eso en el momento exacto en que la araña se nos queda caminando en la cara, y uno está paralizado del terror, y uno suda adrenalina. 

Y luego uno descubre en la terraza los despojos macerados de una presa que el zamuro abandonó por repleto, y uno ve la cerca chorreante de sangre coagulada. Y uno siente el olor a carne putrefacta golpeando directo en el mero centro de la mitad del medio del cerebro reptil.

Entonces uno abandona al físico nuclear y al hippie comeflor. Y uno se queda en taparrabos. Y uno ya no es hombre (no es necesario decir mujer Nicolás), sino una bestia superior con mayor derecho al milagro sobre la tierra. Uno olvida por completo que es un cuadrúpedo que se bipedó para alcanzar las manzanas altas, que infló su cerebro hasta hacer un martillo, que raspó durante millones de años las piedras hasta sacarles filo. Uno manda a la mierda millones de años de lampiñismo fuego hornos de barro alfabetos números arábigos geometría electricidad silicio y bosones. Uno olvida que es la criatura maravillosa que saltó a la luna y regresó. 

Y entonces uno emite el más primitivo definitivo visceral y sincero sonido que se haya emitido desde Lucy hasta nuestros días: 

¡Basta!

Y una chola cae sobre la araña que queda lista para ser convertida en fósil si a los eones les diera la gana, y uno acude corriendo al Facebook a preguntarle a los panas, si alguno puede prestarle un rifle... una pistola. Un arco y flecha.

Una china manquesea.

Plis

1 comentario: