sábado, 2 de noviembre de 2019

Voz Universal

El hall del hotel era oscuro pero cómodo y espacioso. Los recién llegados se acomodaban siguiendo el arcano impulso tribal de agruparse por idioma nativo. Los latinos éramos la cohorte más grande y bulliciosa, y el inglés servía de hilo comunicacional entre los grupos.

Todos los presentes pasaríamos varias semanas estudiando en la Universidad de Gainesville (Florida), y el director del laboratorio intentaba forzar nuestra integración multicultural para hacernos más llevadero el curso. Bajo su guía, estaríamos reunidos un grupo internacional conformado por especialistas de Estados Unidos, México, Costa Rica, Venezuela, Brasil, Australia, Malasia, Sri Lanka e India.

En un momento dado, la combinación aleatoria de pausas de cada grupo hizo sincronía y se hizo un silencio denso y prolongado que pareció posarse cómodamente sobre el ébano pulido del piano de cola ubicado en el centro del salón.

Tratando de salvar lo que le pareció un naufragio, el director preguntó con sorna quién podría tocar algo en el piano. La tímida integrante de Malasia levantó la mano, y animada por el director, se sentó en la banqueta que no se atrevió a crujir.

La expectativa acerca de que pieza tocaría sustituyó al silencio por unos pocos segundos. Apenas sonaron las primeras notas, una a una se fueron uniendo todas las voces, confirmando una vez más la existencia de un lenguaje universal que hermana a los homínidos de nuestra especie.

Cautivados por el hechizo embrujador de Bésame mucho, aquel coro multinacional borraba, acento sobre acento, la frontera imaginaria de nuestras inútiles banderas.

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